Cuento - Primaria grande - Antes y después
No recuerdo nada de ese dÃa.
Lo que sé, me lo contaron mucho después, asà que las imágenes, aunque sean una parte mÃa, les pertenecen a otros.
Yo estaba en la oscuridad. Dicen que habÃa momentos en que luchaba por mi vida como un campeón.
Un rato antes, tÃo Herschel y su amigo Antonio se habÃan encontrado en Pasteur para iniciar unos trámites.
Los habÃa atendido Esther, una mujer bajita y simpática, que les entregó un formulario para llenar y les pidió que aguardaran unos minutos.
Después, ella buscó en su cartera un cigarrillo y salió a fumarlo a la vereda.
En la oficina de al lado trabajaba su amiga Sarita, que recibÃa las solicitudes para la Bolsa de Trabajo.
En el pasillo se veÃan personas de distintas razas y creencias, llevando papeles o esperando su turno, porque allÃ, en la Asociación Mutual Israelita, no se hacÃan distinciones.
Sarita, al ver pasar a Esther, le sonrió, cómplice.
Pero no podÃa acompañarla. TenÃa demasiado trabajo esa mañana.
Antonio, que habÃa ido por acompañar a mi tÃo, se levantó y fue a dar una vuelta.
Parte del edificio estaba en obra o en refacciones, pero habÃa una gran escalera de mármol y algunas decoraciones que valÃa la pena ver.
Escuchó a dos hombres al pasar, uno mayor, el otro joven, discutiendo las posibles traducciones al español de un texto hebreo, mientras subÃan lentamente por la escalera hacia el entrepiso.
Esther llegó a la calle y prendió su cigarrillo.
Después caminó despacio hasta la esquina, disfrutando ese breve momento antes de regresar a su escritorio.
En ese instante, alguien le avisaba a mi tÃo que debÃa retirar un papel en una oficina del fondo. Y hacia allá fue él, pensando con una sonrisa que ese dÃa pintaba bien, que saldrÃa con su trámite terminado.
Ya estaba dándole las gracias a la empleada que lo atendÃa cuando se escuchó un ruido enorme y el edificio entero se sacudió.
En ese momento, mi mamá estaba gritando, pero muy pocos la oÃan.
Yo, en la oscuridad, tampoco sabÃa lo que estaba sucediendo.
Y ni siquiera podÃa gritar.
Mi tÃo corrió buscando la calle a través de nubes de polvo, saltando sobre escombros.
¿Dónde se habrÃa metido Antonio?
En el suelo, entre los restos de la mamposterÃa, habÃa muchas personas heridas.
Algunas se quejaban, pero otras estaban muy quietas y silenciosas...
Un muchacho le pidió ayuda y mi tÃo le ofreció su brazo para alcanzar la salida.
Allà estaba Esther, mirando sin ver, sin comprender.
Sólo reaccionó cuando la brasa del cigarrillo consumido le quemó los dedos.
Algunas personas que estaban en el edificio cuando se produjo la explosión pudieron salir y alejarse.
Otras, como mi tÃo, se quedaron en la vereda de enfrente, esperando.
¡HabÃa tanta gente adentro! Imaginaba que lo verÃa aparecer a Antonio de un momento a otro, entre los que salÃan.
Pero Antonio no salió.
El edificio entero se conmovió y se hundió sobre sà mismo, como un castillo de naipes, y al estruendo le siguió el silencio.
Mamá dejó de gritar.
Mi tÃo pensó por un momento que se habÃa quedado sordo.
VeÃa a las personas abrir la boca, entre las nubes de polvo, sin escuchar sus voces.
Pero después comenzaron a escucharse los gritos, los pedidos de ayuda.
Muchas manos comenzaron a retirar los escombros, formando una cadena, cuidadosamente pero sin pausa.
Manos de personas que no pensaban en lo que habÃa sucedido, sino en las vidas atrapadas que aún podÃan salvarse.
Muchos lo hacÃan sin hablar, atentos a cualquier sonido que pudiera surgir debajo de los escombros.
Yo habÃa pasado de la oscuridad a la luz.
HabÃa llorado.
Estaba en los brazos de mi madre, en el hospital donde nacÃ, cuando comenzaron a llegar las noticias, y las lágrimas de alegrÃa se mezclaron con las de tristeza y horror.
Y asà seguimos adelante, guardando en la felicidad de cada dÃa vivido un trocito de la tristeza de aquella mañana de julio.
Incluso yo, que nacà al mismo tiempo que estos recuerdos.